Autor: Javier Alexander Rodríguez Parra
Abogado – Posgrados en Derecho Médico, Seguridad Pública, Administrativo y Gerencia y Auditoria de Calidad en Salud.
Maestría en Derecho (título en proceso). Estudiante actual del Doctorado en Derecho (UniAndes) y de la Maestría en Antropología (UniAndes).
Confieso que he estado reflexionando sobre este artículo desde hace bastante tiempo. La simple idea de considerar la importancia y trascendencia de la mujer en nuestro mundo es, en sí misma, inspiradora. La reflexión que deseo compartir no se limita al ámbito personal; se sitúa en dos de las cuatro fuentes de poder mencionadas por Michael Mann: el militar y el político.
A lo largo de la historia, como ha sido bien documentado por la literatura, ha existido un notable afán por enaltecer la masculinidad. Escritos tan antiguos como la “Ilíada” y la “Odisea” muestran cómo, históricamente, se ha asignado al hombre un valor superior, relegando el papel de la mujer a un plano difuso y minimizado. Incluso cuando Homero menciona a algunas figuras semidivinas como Calipso o Circe, lo hace desde una perspectiva que sexualiza su condición femenina. Por su parte, Penélope, esposa de Odiseo, es presentada ante todo como la abnegada ama de casa que espera pacientemente el regreso de su esposo mientras teje y desteje.
No obstante, la evolución social nos ha llevado a visiones y proyecciones más inclusivas, en las que la mujer es reconocida como un agente crucial en la construcción de poderes sociales. Hoy en día, es posible hablar de las destacadas actuaciones políticas de figuras como Angela Merkel y Margaret Thatcher (fallecida en 2013), seguidas por líderes contemporáneas como Sanna Marín (Finlandia) y Giorgia Meloni (Italia). Estas representaciones de mujeres en posiciones de poder político evidencian las brechas que aún persisten; de hecho, actualmente, las mujeres que dirigen sus estados representan apenas el 11,3% de los líderes mundiales. Esta situación nos lleva a cuestionar por qué es necesario esperar tanto tiempo para que estas brechas se reduzcan, y por qué su avance es tan lento.
En el caso de Colombia, desde la aprobación del voto femenino en 1957 (sin desconocer el precedente de Vélez en 1853, cuando las mujeres accedieron al sufragio de manera fugaz), solo nueve mujeres han aspirado a la presidencia, siendo la primera María Eugenia Rojas en 1974. Estas cifras son un llamado a reflexionar sobre el futuro político del país. Necesitamos una mujer que encarne el verdadero símbolo de nuestras madres, abuelas (en mi caso, nonas), esposas, hermanas e hijas: inteligente, perspicaz, transparente y con la coherencia necesaria para liderar soluciones a las múltiples necesidades sociales. Es hora de un cambio real y positivo. Antes de continuar, vale la pena mencionar a otras destacadas mujeres en la historia política colombiana: Noemí Sanín (candidata en tres ocasiones), Regina Betancourt (candidata en dos ocasiones), Clara López (una aspiración), e Ingrid Betancourt (una vez), entre otras.