CON EL DEDO EN EL GATILLO

Por: Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza

La crisis desatada por la agresión die Vladimir Putin contra Ucrania, revive pasados temores y tensiones propios de la llamada “guerra fría”, situación surgida luego de la culminación de la segunda guerra mundial. El mandatario ruso ha mostrado sus intenciones de reconstrucción del imperio soviético apelando a la amenaza de medidas militares más severas, incluso el uso de armas nucleares, sin reparar en los riesgos que para su propio pueblo y para toda la humanidad puedan traer sus apetencias territoriales. Las intenciones agresivas a cualquier costo han resultado más que evidentes luego del peligroso bombardeo a la central nuclear de Energodar en la región de Zaporiyia, la más grande de Europa, que pudo desatar una catástrofe semejante a la ocurrida el 26 de abril de 1986 en la central nuclear de Chernobyl, situada precisamente en Ucrania, cuando se produjo una explosión en uno de los reactores del complejo, que destruyo las instalaciones y contaminó gran parte del territorio europeo con letales emanaciones de material radio activo.

Durante los vaivenes más tensos de la guarra fría, las potencias occidentales alineadas con Estados Unidos y las del Pacto de Varsovia, con la Unión Soviética a la cabeza, mantuvieron una especie de pacto de no agresión. Algo similar a un “Hagámonos pasito…”, denominada muy atinadamente, “Teoría MAD”, acrónimo de las palabras inglesas “Mutual Assured Destruction”, o sea, Destrucción Mutua Asegurada. Por cierto, casualmente, la palabra inglesa “MAD” significa “loco”. Ni más ni menos. Si me disparas, te disparo y nos disparamos; si me matas, te mato y nos matamos. El problema es que el riesgo de un holocausto nuclear compromete al resto de la humanidad, a aliados y enemigos. sin excluir a los neutrales, los indiferentes y a quienes consideran, como lo expresó recientemente el candidato de la Colombia humana, que ese problema no debe importarnos porque está muy lejos y no es con nosotros. Tal como pensaron algunos pasajeros del Titanic cuando sonaron las primeras alarmas, a pesar de lo cual, se negaron a levantarse de la cama y a salir de sus cómodos y lujosos camarotes para iniciar el urgente abandono del barco.

En noviembre de 1983, durante lo más álgido de la guerra fría, la empresa cinematográfica MGM exhibió a través de una promocionada y amplia exhibición  simultánea en centenares de salas de cine de todo el mundo y en emisión global de televisión la película “The Day After” (El dia después), en la que se escenifica una confrontación nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética y se muestran muy gráficamente los apocalípticas consecuencias de un evento semejante. En la película se utilizan escenas y efectos especiales, basados en cálculos muy precisos de los laboratorios más autorizados del mundo en ese entonces, sobre los efectos de las armas termonucleares sobre el mundo y sus habitantes, armas permanentemente disponibles en los arsenales de las potencias enfrentadas. La película tuvo consecuencias impactantes sobre la opinión publica de la época y generó preocupaciones sobre el equilibrio indispensable en los responsables de la conducción de relaciones sanas y respetuosas entre las naciones.

Los locos se adueñaron del manicomio

A continuación traigo a colación este trillado tema, tratado en varias ocasiones anteriores en EJE21, por considerar que en la situación actual, es útil refrescar la memoria sobre un asunto que tiene al mundo de cabeza y a más de uno con explicable insomnio crónico.  En ocasión anterior en este mismo medio nos referimos al “Proyecto Manhattan” y se describió el proceso de diseño y fabricación de las primeras armas nucleares o de “fisión” lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, que destruyeron casi por completo esas ciudades y produjeron cerca de un cuarto de millón de víctimas fatales y heridos que morirían como consecuencia de tales ataques y condujeron a la rendición del Japón y al fin de la segunda guerra mundial.

El logro estadounidense desató una frenética carrera de emulación por parte de la Unión Soviética, que pronto dispuso de su propia bomba atómica, carrera que  continuó escalando hacia armas más complejas y con mayor poder de destrucción. Esto condujo al desarrollo del concepto de “fusión” de núclidos ligeros del hidrógeno como deuterio, litio y tritio al cual llegaron  simultáneamente norteamericanos y soviéticos con el concepto denominado  “Configuración de Teller–Ulam–Sajarov,”, llamado así en honor de los físicos Edward Teller, norteamericano de origen húngaro, el polaco–estadounidense Stanislaw Marcin Ulam y el soviético Andrei Sajarov, cada uno de ellos considerado a si mismo como “padre” de la bomba de hidrógeno.

La potencia explosiva de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki fue de “modestos” 13 y 20 kilotones o sea el  equivalente a 13.000 y 20.000 toneladas de TNT (Tri–Nitro–Tolueno), respectivamente. El TNT es un explosivo convencional, utilizado como unidad de medida para juzgar por comparación el poder de las armas nucleares. Por su parte, la potencia de las bombas de hidrógeno, como las actuales, se mide en megatones o sea en millones de toneladas de TNT. Si un megatón equivale a un millón de toneladas de ese poderoso explosivo, resulta inimaginable calcular los daños derivados de una explosión de una bomba de 9 megatones, la más grande existente en el arsenal norteamericano o de 57 megatones como la llamada “Bomba del Zar”, de los rusos, hoy a disposición del veleidoso y amenazante Vladimir Putin. En la bomba “H”, la reacción se logra a partir de la fusión de núclidos ligeros del hidrógeno como litio, tritio y deuterio a temperaturas cercanas a los cien (100) millones de grados C. La denominación “termonuclear” hace referencia precisamente a las altísimas temperaturas necesarias para su activación, lo que hace necesario usar una pequeña bomba atómica como mecanismo de ignición como se describe sucintamente a continuación.

Una bomba “H” se compone de dos partes principales, una “primaria alta” compuesta por una pequeña bomba atómica o de fisión, como detonador y una “secundaria baja” con material “combustible” de fusión, en este caso “Deuterio de litio 6”, envuelto en un núcleo de plutonio y cubierta de uranio 238, suspendidos en espuma de poliestireno de alta densidad. El explosivo convencional detona en la “primaria alta”, comprime el plutonio en estado subcrítico que se torna supercrítico e inicia una reacción de fisión que emite rayos X reflejados por la cubierta reflectiva interna que irradian la espuma de poliestireno con enormes temperaturas y presiones y lo convierten en plasma, que a su vez comprime y calienta el plutonio de la “secundaria baja” e inicia una nueva fisión. Esta comprime y calienta el deuterio de litio 6 de la parte “baja o secundaria” y se inicia la reacción de fusión que libera enormes cantidades de energía. El proceso, llamado “Implosión por radiación”, ocurre en 600 millonésimas de segundo.

 Efectos Físicos de las Armas Termonucleares.

Los efectos de las armas termonucleares son devastadores en todos los sentidos concebibles. Por algo se habla de “armas del fin del mundo”. Los cálculos de los efectos son el resultado de pruebas científicas y experimentación por los laboratorios más sofisticados del mundo, además de las experiencias vividas el Hiroshima y Nagasaki, así como pruebas adelantadas por todos los países poseedores de arsenales nucleares. Tales efectos se clasifican en inmediatos y a largo plazo. Partiendo de este enfoque, los efectos inmediatos son: “Onda de Choque”, “Radiación Nuclear Directa”, “Radiación Térmica”, “Radiación Nuclear Residual” y “Pulso Electromagnético” (PEM).

 Onda de choque. El efecto de la onda de choque se deriva del desplazamiento radial de una masa de aire que avanza  a gran velocidad desde el “punto cero”, arrasando a su paso edificios, árboles, vehículos y personas que se encuentren a su paso. Dentro de un radio de 1.5 kilómetros de la explosión de una bomba de 1 megatón, todas las edificaciones, aun las de hormigón armado, serán arrasadas y el índice de mortalidad alcanzará el 98.4 %. Dentro de este radio, se generarán sobre presiones de 1.4 kg/cm2 y vientos con velocidades desde 725 km/h hasta  dimensiones supersónicas.

En un segundo anillo de 4.8 km de radio el viento alcanza los 464 km/h capaz de derrumbar edificios de concreto, fábricas, grandes estructuras y construcciones de ladrillo.  La mortalidad será del 74% de la población con el 20% gravemente heridos y solamente un 6% de ilesos. En el tercer anillo de 7 km de radio, el viento alcanza 256 km/h arrasando viviendas comunes y causando graves daños a los edificios más sólidos. El 50% de las personas mueren, el 40%  sufren heridas graves y solo el 10% resultan ilesos.  Por comparación, conviene señalar que en la escala Saffir–Simpson de medición de huracanes naturales, la categoría 5, la máxima conocida, tiene vientos de hasta 249 km/h, que produce consecuencias calificadas como “catastróficas”. A los 19 kmts del epicentro el viento puede quebrar ventanales, lanzando vidrios como armas cortantes a gran velocidad. Los muertos serán el 2.5%, los heridos 35% y los ilesos el 62.5%. La onda de choque propagará los incendios causados por la radiación térmica. La destrucción causada por los recurrentes huracanes en las islas del Caribe y el sur de la Florida, permiten darnos una idea de lo que puede ocurrir con vientos muy superiores a los máximos considerados en la escala citada.

Radiación Nuclear Directa. Los efectos de la radiación nuclear sobre el organismo humano son de corto y largo plazo. Los componentes principales son los rayos gamma y los neutrones que recibidos por un ser humano en proporciones superiores a 600 REMs, producirán la muerte dentro de la primera semana por graves alteraciones del organismo. (El REM es el patrón de medida del daño biológico). Los efectos a largo plazo son agravados por las quemaduras de la radiación térmica y los traumatismos de la onda de choque y se manifiestan con sintomatología específica de trastornos digestivos, (náusea, vómito, diarrea), alteraciones nerviosas (insomnio, migraña), debilidad (pérdida de cabello, debilitamiento general), hemorragias intestinales, nasales, genitales y subcutáneas, además de trastornos hemáticos (leucocitopenia y erytrocitopenia), trastornos genitales como aspermia y desarreglos menstruales. En Hiroshima y Nagasaki aparecieron cicatrices “queloides” varios meses después del bombardeo, que al ser operadas, regeneraban sobre las cicatrices propias de la cirugía, fenómeno inexplicado hasta ese entonces.

Radiación Térmica. La radiación térmica es originada por la enorme bola de fuego que se produce con temperaturas de 300.000 grados C. El 99% de la radiación térmica de Hiroshima causó efectos entre 1/100 de segundo y 3 segundos  después de la detonación. La emisión de rayos ultravioleta causó incendios, quemaduras y pérdida de la visión por destello hasta los 3,5 kilómetros del epicentro. En el caso de una bomba de un megatón, 50 veces más poderosa, el destello puede causar ceguera por quemadura de retina hasta 21 kilómetros en un día brillante y 85 kilómetros en una noche clara. El pulso térmico volatiliza a toda persona que se encuentre dentro de un círculo de 5 kilómetros de radio. Causa quemaduras de tercer grado, con destrucción de tejidos hasta los 8 kilómetros de la explosión; de segundo grado, con ampollas que pueden infectarse si no se tratan, a los 10  kilómetros y de primer grado, similares a las quemaduras de sol severas  a los 11 kilómetros del punto cero. Además, se originan incendios que pueden ser “tormentas de fuego” con violentos vientos convergentes que generan temperaturas muy elevadas pero evitan la propagación del incendio y “conflagraciones”, en las cuales el fuego se propaga a lo largo de un frente. La temperatura en la superficie de la calle alcanza los 800 grados C dentro de un radio de 5 kilómetros, por lo cual un refugio atómico, por profundo que sea, se convertiría en un horno crematorio por la combustión inmediata del oxígeno.

Radiación Nuclear Residual  o “Lluvia Radioactiva”. Al producirse una explosión termonuclear sobre la superficie de la tierra, se levanta gran cantidad de polvo, cenizas y detritus altamente radioactivos que se elevan a diversas alturas y son arrastradas por el viento a diferentes distancias. Estos desperdicios van precipitándose lentamente por gravedad o por acción de la lluvia, contaminando severamente las zonas sobre las cuales se depositen.  El tamaño del área de dispersión depende de las condiciones climáticas imperantes.

Pulso Electromagnético (PEM).  El pulso electromagnético (PEM) es la onda eléctrica propagada por la explosión de una bomba “H”, que, como gigantesco magnetrón puede interrumpir los sistemas de conducción de energía eléctrica y ondas de radio a centenares de kilómetros a la redonda. La detonación aérea de una bomba de 15 megatones, causa perturbaciones en un área de 1.600 kilómetros de radio. No se ha establecido que el PEM tenga efectos nocivos sobre las personas, pero es claro que puede alterar todo sistema alimentado por energía eléctrica como computadores, comunicaciones, medios de transporte, hospitales y servicios públicos, para mencionar los más obvios.

Efectos a largo plazo como el “Invierno Nuclear”, los riesgos de extinción total de la civilización, la precaria supervivencia y el regreso a la edad de las cavernas, son hipótesis de demostrada vigencia en el caso de una guerra nuclear total, conocidas las capacidades destructivas de las armas termonucleares actualmente existentes en el mundo. Ante la perspectiva actual de muerte y destrucción total del enemigo, de su propio pueblo y de toda la humanidad, qué pasará por la mente del impredecible líder ruso?  Serviría de algo recordarle los principios de la “Teoría del MAD”?. ¿Será posible que la presencia de tan amenazantes fantasmas lo obliguen a deponer su actitud agresiva y lo lleven a retirar el dedo del gatillo?

¡Amanecerá y veremos..!   Si es que amanecemos, desde luego…

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